martes, 3 de noviembre de 2009

FERNANDO PESSOA Y LA FILOSOFÍA


Introducción

Emprender un escrito sobre la figura de Fernando Pessoa es una tarea compleja. Fundamentalmente por una razón: Fernando Pessoa no existió. Quiero decir; existió un cuerpo al que un carné señalaba como Fernando Pessoa y un personaje literario que firmaba con el mismo nombre (me refiero al que se ha dado en llamar “ortónimo”), pero Fernando Pessoa, entendido como un sujeto, como un alma, no existió. Pessoa era muchos, “un drama en gentes”. Así, plantearse escribir sobre Pessoa es enfrentarse a una multiplicidad, a la ausencia de Tema. Un escrito sobre Pessoa es un estudio sin objeto claro, delimitado. Este escrito será, pues, lo único que puede ser, una mirada hacia Pessoa. Así, una mirada parcial, escorada, y que sin embargo pretende abrir algunas puertas que una visión demasiado general dejaba cerradas. Cualquier mirada totalizante, unificadora, de la figura y la obra de Pessoa, estaría condenada, por la complejidad misma de su objeto, a ser poco reveladora.

Por otra parte, creo innecesaria la elección entre la obra y la persona. En un personaje como el poeta portugués lo que se nos muestra precisamente es la debilidad de la frontera entre el creador y lo creado. Pessoa es su obra, sus obras. Por eso decía que no existió, porque quienes existieron fueron Álvaro de Campos, Alberto Caeiro, Ricardo Reis, Bernardo Soares y todos los otros heterónimos que fueron naciendo. Como yo no soy yo, sino la suma de todos mis otros.

Dicho esto, expondré cuáles serán las miradas que proyectaré sobre el acontecimiento (permítaseme usar este concepto) Pessoa. Este autor tiene una relación especial, estrecha, con la filosofía. Por un lado, una de sus facetas es la de pensador: es la que se lee en el contenido de sus poemas. Pero por otro lado, Fernando Pessoa es, en sí mismo, en su vida, un problema filosófico; o por lo menos plantea y abre muchas cuestiones filosóficas. Así, los dos primeros apartados tratarán esta relación de Pessoa con la filosofía: el primero, analizando el problema de la representación, de la división entre ficción y realidad, entre las palabras y las cosas. Y el segundo, intentando ver en la vida plural de Pessoa una voz que cabría emparentar con algunas de las corrientes filosóficas contemporáneas (más allá del existencialismo, con el post-estructuralismo francés). Por último, el tercer apartado le pondrá en relación con un autor de distinto origen, Samuel Beckett, para mostrar hasta qué punto podemos considerar al portugués como un autor contemporáneo.

1.- Contra la representación

El mundo no se ha hecho para que pensemos en él
(pensar es estar enfermo de los ojos),
sino para que lo miremos y estemos de acuerdo....”


Los versos de Caeiro, con su apariencia frágil, ingenua, constituyen, a mi entender, una “revolución” filosófica. En efecto, decir que “el único sentido íntimo de las cosas es que no tienen ningún sentido íntimo” es rechazar frontalmente la concepción kantiana del mundo que separa la realidad en dos planos: el nouménico (el esencial, incognoscible) y el fenoménico. Negando ese trasfondo esencial, Caeiro está enfrentándose con toda una metafísica, la occidental, que desde Platón ha vivido presa de la dualidad esencia/apariencia.

“Bastante metafísica hay en no pensar en nada”. Lo que se desprende de sus poemas es una oposición al concepto de representación. De ahí su acritud con todo intento de “representación” de las cosas en forma de discurso (ya sea religiosa o filosófico). Aun con todo, algunos versos de Caeiro parecen nacidos de una experiencia cercana a la mística, bien que antes de que ésta se convierta en teología positiva, en discurso sobre Dios y las cosas, en lugar de Dios y de las cosas. Me refiero a la sensación que atraviesa todo el poemario y que constituye acaso su eje: las cosas no son nada más allá de su aparecer. Pessoa describe una realidad desnuda, despojada de cualquier determinación intrínseca que la defina. Anterior a los nombres, la mirada de Caeiro es como la de un niño que aun es capaz de jugar con lo que ve porque no se relaciona con ello mediante significados, sino por afectos, directamente a través de los sentidos.

Sé sentir el asombro esencial
que tiene un niño si, al nacer,
de veras reparase en que nacía...”


Si he llamado “mística” a esta experiencia de la realidad desnuda es porque inevitablemente resuenan otras voces en la del portugués. Por ejemplo la del poeta místico español San Juan de la Cruz. En su “éxtasis de harta contemplación”, nos describe una experiencia mística con estas palabras:

Yo no supe dónde entraba
pero cuando allí me vi
sin saver dónde me estaba
grandes cosas entendí
no diré lo que sentí
que me quedé no sabiendo
toda sciencia trascendiendo
.”

“Toda ciencia trascendiendo”. San Juan propone una mirada sobre el mundo que ya no atiende a ninguna ciencia, a ningún discurso que pretenda explicarla, del mismo modo en que lo hará posteriormente su célebre aunque olvidado seguidor, Miguel de Molinos, en su Guía espiritual. Así Caeiro en sus poemas:

“Soy místico, pero sólo con el cuerpo.
Mi alma es sencilla y no piensa.
Mi misticismo en no querer saber.
Es vivir y no pensar en ello.”

Debo aclarar que mi intención no es la de decidir si Caeiro era o no un místico - en cierto sentido, todo poeta empieza por esta mirada desprovista de rejas conceptuales, por esta “flexibilidad” del sentido – sino la de subrayar ese aspecto como algo distinto de la filosofía o de la poesía. Recordemos también una tradición filosófica oriental de origen místico: el taoísmo. En el “Tao te king”, a modo de aforismo, leemos:

“conocer es no conocer,
he ahí lo más excelente
.”

Es evidente que esta apelación al no-conocer no es una llamada a la ignorancia, sino otra cosa. Se trata de un movimiento de des-conceptualización, de un sentir que accede a la realidad apartándose de la urdimbre de la lógica, la ciencia o la filosofía, en definitiva, de cualquier sistema de signos que pretenda explicarla de un modo unívoco. Podríamos traer también a colación la crítica taoísta de Chuang-Tsu a los dialécticos, a todos aquellos que sólo hablan sobre los nombres de las cosas y acaban olvidando las cosas mismas, pero acaso sea más fácil emparentar a Pessoa con corrientes filosóficas occidentales.

2.- Hacia otra subjetividad

La primera afinidad sería con el existencialismo. Es evidente que hay ese contacto. La crítica a la razón, a la esencia, al sujeto, son temas que aparecen en las obras de Sartre o de Camus. Mas en este escrito quisiera subrayar otra posible conexión. Pessoa está más cerca de Deleuze y Guattari o de Foucault que de los anteriormente citados. Y esto por varias razones. En primer lugar, porque estos autores han llevado la deconstrucción del sujeto mucho más lejos que sus predecesores. Y Pessoa, con su obra y su vida, es la encarnación de esa des-fundamentación de la categoría de sujeto.
En segundo lugar, porque una dimensión importante que añaden estos pensadores contemporáneos al problema del Yo, es la multiplicidad: la deconstrucción del sujeto y de los discursos no conduce a la nada, la angustia o la desesperación (estas categorías, como ya admitía Camus, nacen de sensaciones y no acaban de funcionar como conceptos), sino que conlleva el estallido del sujeto en múltiples singularidades. Aparece, pues, el baile de máscaras, el proliferar de personalidades. Y ¿quién mejor que Pessoa para ilustrar este fenómeno? ¿qué son los heterónimos sino otras tantas “personas” (máscaras) insertas en el mismo cuerpo? Las teorías de Deleuze y Guattari (también llamadas “esquizoanálisis”) nos sirven para entender este fenómeno de multiplicación de la personalidad. Mientras pensemos en el portugués en términos de subjetividad, siempre se nos escapará o nos dejará ante aporías irresolubles o paradojas. ¿sufría un desdoblamiento de personalidad? ¿era esquizofrénico? Esas serían las respuestas clínicas, completamente insuficientes. O bien ¿quién es más real, Fernando Pessoa o Álvaro de Campos? ¿son reales los heterónimos, o sólo son ficciones? Tampoco estas preguntas nos ayudan demasiado porque parten de dualismos que no se han cuestionado: realidad/ficción, sujeto verdadero/personajes,...

La filosofía de Deleuze es más útil porque se sitúa más allá (o más acá) de estas preguntas. Para el francés, el sujeto es un efecto del lenguaje, no su causa. Y lo que subyace a todo proceso de subjetivación es un juego de fuerzas, de tendencias.
Así, los heterónimos podrían entenderse como la coagulación de ciertos afectos, de ciertas tendencias. Arriesgando un poco: Alberto Caeiro sería la subjetivación, la personalización, de una mirada mística, la del niño Pessoa. (Qué curioso es pensar que el Maestro de todos los heterónimos fue “ese niño que, al nacer, de veras repara en que ha nacido”). Álvaro de Campos sería la territorialización de los afectos filo-progresistas, vanguardistas, que lo emparentan con cierto Walt Whitman o con poetas de su época. Ricardo Reis sería la condensación de la tendencia clasicista, lírico-mítica, de los poetas antiguos (¿tendrá algo que ver con su educación inglesa? ¿qué poetas leía entonces Pessoa?), como un Horacio de nuestro tiempo. Fernando Pessoa ortónimo, sobre todo el de “Mensagem”, sería el disfraz del Poeta Portugués, la expresión de su sentimiento nacional, que lo sitúa como digno sucesor de Camoens.

Y así podríamos seguir. Ninguno es verdadero ni falso, ninguno es más real que otro. Y lo que tiene este poeta múltiple de sorprendente, de radical, es la fuerza con que dibuja estas divergencias, la capacidad de dar cohesión, consistencia, a esas diferentes pasiones que entrechocan. Pessoa es capaz de dotar, dicho un poco irónicamente, de “voz propia” a cada uno de sus personajes. Los análisis lingüísticos a los que ha sido sometido demuestran, curiosamente, la total autonomía de cada uno de los heterónimos con relación a los demás. ¿Dónde está el original? La filosofía francesa contemporánea ha cuestionado esta dicotomía de original/copia y eso abre un espacio en el que poder pensar fenómenos como éste.
No hay sujeto real y simulacros, no hay Verdad y ficciones, sino fuerzas, movimientos de subjetivación, consolidación de afectos alrededor de centros de significancia. Cada heterónimo viene a ser el espejo de una serie de acontecimientos y pasiones que latían juntas, amalgamadas, en un mismo cuerpo. Si entendemos el “yo”, siguiendo a Daniel Dennet, como un “centro de gravedad argumentativo”, quedan disueltos bastantes de los problemas filosóficos que planteaba la vida y la obra de Pessoa. Porque el yo se construye, se teje con las palabras que usamos para explicarnos a nosotros mismos, y Pessoa es un gran tejedor de palabras. Su vida tiene el carácter de una obra de arte (“¿qué otra cosa puede hacer el hombre de genio sino es convertirse él mismo en literatura?”). Y lo que nos separa de él es la valentía de asumir la multiplicidad (incluso las contradicciones) dentro de sí y exteriorizarla en forma de personajes plenamente autónomos. La mayoría de las personas visten un sólo disfraz (la mismidad), él fue capaz de vestir (y vivir, en tanto que escribir es vivir) unos cuantos más.

3.- Pessoa y Samuel Beckett

Acaso un día, en algún lugar incierto, como aquél de los gigantes de Pirandello, se encuentren y reconozcan Molloy y Álvaro Campos, o Malone y Alberto Caeiro. Me imagino ese encuentro como una complicidad, donde reinaría la certidumbre de pertenecer a una comunidad extraña, virtual. Los heterónimos de Pessoa, así como los personajes de Beckett, comparten un mismo carácter espectral que sin embargo posee autonomía. Se mueven en un terreno ambiguo, en un lugar de fronteras. Están en el límite entre la realidad y la ficción, entre la historia y la literatura. De hecho, su voz nos reclama extinguir esa distinción, su movimiento deshace constantemente el contorno de una y de otra.
Muchas son las analogías entre estos dos autores de origen tan distinto. Una es la que hemos visto anteriormente: el proceso de deconstrucción del sujeto. Beckett sitúa sus personajes en lugares cualquiera, sin historia, con una identidad desconocida o totalmente olvidada. Apenas pueden hablar, sus palabras se desvanecen inmediatamente después de haber sido dichas. Ningún sentido, ninguna sustancia les ampara. Son víctimas del movimiento, del azar, del más absoluto sinsentido. Cabe decir, no obstante, que la forma en la que se lleva a cabo esta des-fundamentación del sujeto es distinta en cada autor. Pessoa la vivió en su piel, se vació completamente de cualquier determinación que lo cerrará y dio consistencia a las personas que habitaban en él. Su desubjetivación es algo vital. Samuel Beckett hace lo propio creando personajes que pueden ser reflejos, desdoblamientos, máscaras de sí mismo; o acaso lo que queda después de haberse quitado unas cuantas máscaras. Su tono es, sin embargo, más oscuro, menos vivo, sin la proliferación creativa de los heterónimos de Pessoa.

Por otro lado, ambos autores fueron bilingües y escribieron en dos idiomas. Pessoa el portugués y el inglés (con el que ganó un importante premio en su juventud) y Beckett el inglés y el francés (con el que decidió escribir a partir de cierto momento). La capacidad de conocer dos idiomas distintos, pero sobre todo, dos estructuras de lenguaje distintas, produce una quiebra, un distanciamiento con su lengua patrón, y, por lo tanto, un diferirse dentro de sí.

Este diferirse, este proceso de multiplicación de uno mismo, es un tema muy tratado por la filosofía contemporánea. Siguiendo la idea de Deleuze de que la tarea del escritor es la de “crear una lengua extranjera en la propia lengua”, podemos apreciar en los autores mencionados este mismo afán de abrir el lenguaje propio – y por lo tanto, todas esas estructuras lingüísticas con las que pensamos el mundo y a nosotros mismos – para dejarse influir por otras formas de pensar y enriquecerlo. En cierto sentido, esta es una forma de recuperar ese temblor, ese espacio abierto a la creatividad, al acto poético (de “poiesis”) con el que nace cualquier palabra. Y este fenómeno se manifiesta en Pessoa con la creación, insólita en la historia de la literatura, de varias “poéticas” distintas en una misma persona, así como en el contenido mismo de sus obras. Y en el autor irlandés vemos este “extrañamiento” del lenguaje, precisamente, en el modo en que trata el lenguaje, en sus intentos de desposeerlo de su carga metafísica: el Sujeto, el Sentido, el Ser,... (Para Beckett, el imperio del sujeto se muestra ya en la estructura misma del lenguaje: Sujeto – Verbo – Predicado).

Estos dos rasgos, la deconstrucción del sujeto y el extrañamiento del lenguaje, sitúan a Beckett más allá de los autores del “absurdo”, mucho más cerca de nosotros. Así como los temas anteriormente tratados transportan a Pessoa más allá de su tiempo y lo colocan en nuestra más estricta contemporaneidad.

Bibliografía consultada:

- Fernando Pessoa. Antología poética, Espasa Calpe, Madrid, 1982
- Fernando Pessoa, Poesías completas de Alberto Caeiro, Pre-Textos, Valencia, 1997
- Fernando Pessoa, Máscaras y Paradojas, Edhasa.
- Alberto Caeiro, Poemas, Edicoes Ática, Lisboa, 1993
- Angel Crespo, Estudios sobre Pessoa, Bruguera, Barcelona 1984

- Samuel Beckett, Molloy, ed. 62, Barcelona, 1990
- Samuel Beckett, Relatos, ed. Tusquets, 1997
- Samuel, Beckett, Manchas en el silencio, ed. Tusquets, 1997

- Deleuze – Guattari, Mil Mesetas, Pre – Textos.
- Deleuze, Gilles, Crítica y Clínica, Anagrama.
- Foucault, Michel, Las palabras y las cosas, ed. sXXI.

1 comentario:

David dijo...

Siempre los temas filosóficos me han resultado interesantes y por eso esta bueno disfrutar de entender estas cuestiones. el existencialismo es algo sumamente interesante y por eso para los que no saben de que se trata esta bueno investigar sobre ello